Walt Whitman, la voz de la Tierra

El 5 de marzo de 1842, Ralph Waldo Emerson (que ya ha aparecido en las páginas de Querido Waldo en esta colección), que aún no había cumplido cuarenta años pero ya era considerado el filósofo más relevante de Estados Unidos, pronunció una conferencia en Nueva York bajo el título de «Naturaleza y facultades del poeta». En ella afirmó lo siguiente:

«A nuestros ojos, América es un poema. Su amplia geografía deslumbra a la imaginación, y no pasará mucho tiempo hasta que sea cantada en verso. [Pero] aún no he encontrado, entre mis compatriotas, esa excelente combinación de dones que persigo».

Entre el público estaba un periodista de 22 años, Walt Whitman, quien tendría bien presentes las palabras de Emerson cuando iniciara su carrera literaria como poeta. Un mundo nuevo, como era aquella «joven» Norteamérica, requería una voz nueva, una mirada nueva y sería Whitman quien consiguiera cantar a todo un continente, desde lo más pequeño hasta lo más grande, en Hojas de hierba. Esa obra, la obra de toda una vida en realidad, supuso el mayor impulso renovador de la poesía en habla inglesa desde William Shakespeare y le aseguró un lugar destacado en las letras universales.

La descomunal naturaleza norteamericana tendría un lugar destacado en sus escritos. Por ello nuestra colección, Hojas en la hierba, rinde tributo a quien ayudó a bautizarla, el más grande poeta de Norteamérica, en el doscientos aniversario de su nacimiento con Yo soy el Poema de la Tierra. El tercer libro de nuestra colección es una antología de aquellos poemas de Whitman en los que la naturaleza tiene una presencia más destacada.

Yo soy el Poema de la Tierra tiene el privilegio de contar con un prólogo del escritor gallego Manuel Rivas («Walt Whitman, el poeta «piel roja»») y una extensa introducción del poeta, traductor y crítico literario Eduardo Moga («Cada hoja es un milagro: la naturaleza en Walt Whitman») quien, además, ha realizado la selección de los poemas traducidos por él mismo.

Os dejamos unos pocos fragmentos para abrir boca de la maravilla que os espera. En «Saliendo de Paumanok» el propio Whitman ya nos cuenta la intención de sus versos:

[...] Para la descendencia del futuro y la nuestra,
para aquellos que ya están aquí y los que aún han de venir,
yo, exultante por que me hallen dispuesto, pienso entonar los cánticos más
     potentes y soberbios jamás oídos sobre la tierra.

En «Canto de mí mismo» ya anuncia esa nueva mirada sobre el mundo natural:

[...] Creo que una hoja de hierba no es menor que el camino recorrido por las 
     estrellas,
y que la hormiga es asimismo perfecta, como un grano de arena o el huevo 
     del reyezuelo,
y que la rana arbórea es una obra maestra para los encumbrados,
y que la zarzamora podría engalanar los salones del cielo,
y que la articulación más insignificante de mi mano ridiculiza a todas las 
     máquinas,
y que la vaca que rumia, cabizbaja, supera a cualquier estatua,
y que un ratón es un milagro tan grande como para hacer dudar a sextillones 
     de infieles.
[...] Creo que podría vivir con los animales: son tan plácidos e independientes;
no me canso de mirarlos.
No se inquietan por su condición, ni se quejan de ella;
no se desvelan de noche y lloran por sus pecados;
no me exasperan con discusiones sobre sus deberes para con Dios;
ninguno está descontento; a ninguno lo perturba el desvarío de poseer
     cosas;
ninguno se postra ante nadie, ni ante los demás de su especie que vivieron
     hace milenios;
ninguno, en ningún lugar, es respetable o desgraciado.

Y en «¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!» la identificación con la naturaleza ya es total:

[...] Somos la Naturaleza. Hemos estado ausentes mucho tiempo, pero hemos
     vuelto:
nos convertimos en plantas, troncos, follaje, raíces, corteza;
nos acomodamos en la tierra: somos rocas,
somos robles, crecemos, uno al lado del otro, en los claros del bosque,
pastamos, somos dos en el seno de las manadas salvajes, tan espontáneas
     como cualesquiera;
somos dos peces nadando juntos en el mar;
somos lo que las flores de la acacia: derramamos fragancias en los caminos
     por la mañana y por la tarde;
[...] somos nieve, lluvia, frío, oscuridad, somos todo lo que el globo produce, y
     todas sus influencias;
hemos descrito círculos y más círculos, hasta llegar a casa los dos, de nuevo;
lo hemos invalidado todo, excepto la libertad y nuestra alegría.

 

Yo soy el Poema de la Tierra
Yo soy el Poema de la Tierra