El pasado martes, víspera del 1º de mayo, fui a Barcelona donde Eduardo Moga y yo presentábamos Yo soy el Poema de la Tierra en la librería Altaïr.
Antes de hablaros de ese viaje, creo que es necesario aclarar que Yo soy el Poema de la Tierra es el tercer libro que hemos publicado en la colección Hojas en la hierba y se trata de una antología de los poemas de Walt Whitman en los que la naturaleza tiene una presencia especialmente relevante. De Whitman se suele hablar como un autor total y, desde luego, lo es, al menos, en las temáticas que aparecen en sus poemas. Hojas de hierba, la obra de toda su vida en la que nos inspiramos para bautizar la colección, es un canto a toda Norteamérica, desde los sucios callejones de la Nueva York de la época (segunda mitad del siglo XIX) hasta los vastos espacios naturales, enormes ríos y vegetación exuberante. Al cantar a la naturaleza de un continente “nuevo”, Whitman dio un salto hacia adelante en la percepción del hecho natural y fue el complemento poético a la línea de pensamiento que, principalmente a través de Emerson y Thoreau, fue configurando la sensibilidad ecologista que cristalizaría pocas décadas después en el nacimiento del ecologismo moderno.
Eduardo Moga, poeta, traductor y crítico literario, además de traductor de los poemas incluidos en el libro, ha realizado un extenso estudio introductorio que precede a los poemas y que supone, hasta donde nosotros sabemos, el primer estudio serio sobre la Naturaleza en Whitman que se ha hecho en castellano. Un motivo más para recomendaros este libro. Por si fuera poco, cuenta con un prólogo del gran Manuel Rivas («Walt Whitman, el poeta Piel Roja»)
Decía, pues, que el martes pasado viajé a Barcelona y, como suele ser costumbre en mí cuando me es posible, llegué con un amplio margen de tiempo para ir caminando desde la Estació de Sants hasta la Gran Via de les Corts Catalanes, una de las arterias de la ciudad donde tiene su sede Altaïr. En ese paseo, de unos cuarenta minutos, lo primero que me llamó la atención fue el escaso número de gorriones que vi. Vi dos hembras y escuché algunos más, pero muy muy pocos en comparación con el número de verdecillos que se oían por doquier, mirlos, palomas urbanas, gaviotas y cotorras, por ejemplo. Ya en mi anterior viaje a Barcelona pude constatar que el número de gorriones es muy escaso aunque, como pasa en muchas ciudades, la cosa va por barrios. Pero el caso es que el descenso del número de gorriones en las ciudades es un hecho (la primera ciudad en alzar la voz sobre este problema fue Londres, donde prácticamente han desaparecido) y tan es así que SEO/Birdlife el pasado 20 de marzo puso en marcha su campaña #AvesDeBarrio denunciando que en España hemos perdido 30 millones de gorriones en 10 años (el 21% de su población)
[En este punto el orgullo de padre me sale y os cuento que mi hija, que en ese momento aún no había cumplido los nueve años, preparó para ese día una campaña para su clase de Ciencias Naturales que incluía un vídeo que podéis ver aquí: ¿qué puede estar pasando?].
Bueno, que me voy. Vuelvo al martes. Al margen del drama de los gorriones, era una agradable mañana de primavera y llegué con bastante antelación a Altaïr. Es esta una maravillosa librería especializada en libros de viajes (la mayor de Europa en su especie), que cuenta también con una cafetería con un ambiente estupendo. Me senté en la cafetería para poner en claro mis notas para la presentación y tuve la oportunidad de charlar un rato con Pep Bernadas, fundador de Altaïr y una persona entrañable que ha infundido un espíritu a Altaïr según el cual el viaje es un concepto más antropológico que turístico.
Luego llegó Eduardo Moga, alto, guapo y al que las canas le sientan de maravilla. Comentamos brevemente cómo organizar la presentación y en unos minutos, cuando ya había llegado una buena cantidad de público, dio comienzo el acto con una breve bienvenida que nos dispensó Pep Bernadas. Para cerrar su saludo leyó el poema que figura en la contraportada del libro (y es que para encontrar la primera maravilla en este libro no es necesario ni siquiera abrirlo -por no hablar de la excelente portada de nuestra maquetadora, Silvia Comesaña), «Lleno de vida ahora, compacto, visible».
A continuación tomé yo la palabra e hice una introducción hablando de la colección Hojas en la hierba, de por qué, si es que fuera necesario justificarlo, aparecía un autor como Whitman en una colección sobre pioneros del ecologismo, de cómo se gestó este libro y, por último, una semblanza mínima de Eduardo Moga. A partir de ahí tomó la palabra Eduardo, aunque yo le interrumpía de vez en cuando, y realizó un estupendo análisis de la figura de Whitman dentro de la poesía en habla inglesa y de la importancia de su percepción de la naturaleza y como, sin ser un adelantado a su época en este tema, sí fue un catalizador, como decía antes, de la sensibilidad ecologista antes de que esta se denominara así. Aunque yo había hablado un buen número de veces con Eduardo y nos habíamos reunido anteriormente en Barcelona, no había tenido la oportunidad de escucharle en un acto público y he de decir que me encantó: la precisión de su lenguaje, la entonación, cómo sabe mantener a la audiencia interesada…
Completamos la presentación con la lectura de algunos de los poemas del libro (esa delicia que es el 31 de «Canto de mí mismo», o «¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!» y algún otro) y dimos por cerrado el acto. A tenor de lo que nos comentaron las personas asistentes, conseguimos que fuera un acto interesante, ameno y hermoso. No fueron pocos los asistentes que compraron el libro in situ y le pidieron a Eduardo que les firmara el ejemplar. ¿Qué más se puede pedir para un acto así?
Luego nos fuimos a cenar Eduardo y yo con otro amigo; descansar, madrugar y al tren de vuelta a Madrid. Moltes gràcies, Eduard; moltes gràcies, Pep; moltes gràcies Altaïr; y moltes gràcies Barcelona.