Humboldt vuelve al Museo de Ciencias Naturales

Cuando Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland recorrieron España en 1799, viaje este que constituye la razón de ser de nuestro Paseo por la meseta y los volcanes. Diario secreto de Humboldt en España, el influjo de la ilustración europea ya era más que evidente en la ciencia española. Dieciocho años antes Carlos III había fundado el Real Gabinete de Historia Natural, antecesor del actual Museo de Ciencias, visitado por Humboldt en su paso por Madrid y destino de una buena parte de las numerosas muestras que Humboldt envió a Europa durante su viaje por América.

Fue un placer, por lo tanto, que el lugar en el que se presentó públicamente Paseo por la meseta y los volcanes. Diario secreto de Humboldt en España, fuera, precisamente, el Salón de Actos del Museo Nacional de Ciencias Naturales. El día fue el miércoles 18 de diciembre y, pese a la coincidencia con nada menos que un Barça-Madrid, más de medio centenar de personas nos acompañaron en el acto.

Agradezco aquí la disposición y las facilidades que el Museo de Ciencias Naturales y, en concreto, Pilar López García-Gallo, su vicedirectora de Comunicación y Cultura Científica, y con un gran empeño en abrir el Museo a la gente con todo tipo de actividades de interés, muestran siempre hacia las propuestas que les hacemos llegar. Puedo afirmar que ella, junto a Carmen y Américo, los libreros del Museo, hacen que cuando voy allí me sienta siempre entre amigos. Fue precisamente Pilar quien nos dirigió unas palabras de bienvenida al acto y celebró que, como comentaba al principio, Humboldt viniera a la que debe percibirse como su casa.

A continuación tomé la palabra para, en primer lugar, excusar la ausencia de Eduardo Martínez de Pisón por razones de salud y presentar a quienes iban a llevar la voz cantante en el acto: el autor, Miguel Ángel Puig Samper, y Pura Fernández, directora de la editorial CSIC. Yo comenté la génesis del libro, que me permito recordar aquí brevemente. Yo tenía claro que quería hacer un libro sobre Humboldt en una colección centrada en los pioneros del ecologismo (entendida la expresión en sentido amplio) y que precisamente su periplo por España era un espacio todavía por cubrir entre las publicaciones que estos últimos años han surgido sobre la figura del prusiano. Hay no pocos libros científicos o académicos sobre el tema (varios de ellos del mismo Puig Samper) pero no había un libro que pudiera acercar este episodio al público general de una forma más literaria y accesible. Por eso, y recomendado precisamente por Américo, me dirigí a Miguel Ángel con la propuesta de «reconstruir» el diario de su viaje por España que Humboldt nunca escribió. Para mi sorpresa, aceptó. Y digo para mi sorpresa porque su prestigio en el mundo académico me hizo esperar que me encontraría a alguien con pocas ganas de aventuras literarias. Afortunadamente me equivoqué.

Después de recordar el origen del libro, di la palabra a Pura Fernández, a la que no conocía con anterioridad, y he de decir que me sorprendió muy gratamente tanto su persona, su amabilidad y su belleza, como su discurso, directo, certero y claro. Por supuesto no escatimó halagos (todos merecidos, claro) a nuestra edición (aprovecho para recordar lo afortunado que me siento de contar con Silvia Comesaña para toda la parte gráfica y visual de la colección) y le puso el pero de no incluir un glosario final. Y es cierto que no lo hay y eso es delicado en un libro de época que mezcla realidad y ficción, pero no lo hay conscientemente. Miguel Ángel ha hecho una recreación tan exacta y fidedigna de la época y los lugares como la historiografía permite, por lo que se puede leer (y queremos que se lea) como el relato literario de un viajero ilustrado por la España de 1799. Pura ahondó en la precisión y el grado de detalle con que Miguel Ángel describe en el libro los medios de transporte de la época, las posadas, la reacción de la gente llana ante dos personajes que hacían mediciones nocturnas de la luna y a quienes se acusaba de hechiceros…

A continuación habló Miguel Ángel. Por cierto que este había llegado al acto directamente del estudio de Radio Nacional de España donde Josefina Maestre acaba de entrevistarle doblemente para su programa Reserva natural, en Radio 5. Primero le pidió que «se hiciera pasar por Humboldt» para después entrevistarle a él. Puedes escuchar aquí cómo quedó la cosa. Como iba diciendo, Miguel Ángel contó el reto que le supuso a él, no acostumbrado a escribir literatura sino ciencia, el enfrentarse a esta obra; los ingredientes que utilizó para la recreación (material de archivo procedente de sus propias investigaciones científicas, los diarios manuscritos de Humboldt, su correspondencia, sus publicaciones, el diario de su hermano Wilhelm —quien también viajó por España—, las cartas de su cuñada Carolina, algunas cartas de Bonpland y su diario botánico, así como los relatos de otros viajeros de la época); cómo ha recreado los paisajes, los lugares, las gentes, la comida (lo que dio para una anécdota divertida ya que la cuñada de Humboldt se anticipó 200 años a Victoria Beckham al afirmar que en España se abusaba del ajo). Después les hice algunas preguntas y hubo otras desde el público y dimos por concluido el acto.

Leyendo esta crónica se pudiera pensar que fue un tostón, pero he de decir, y así me lo corrobaron los asistentes más allá de la amabilidad debida, que no lo fue y conseguimos ampliamente un triple objetivo: hacer ameno para el público el tiempo que le dedicamos a Humboldt y a nuestro libro; acercar con acierto su figura y el episodio de su viaje por España; e infundir deseos de adquirir el libro y, aún mejor, de leerlo. Desde luego fueron muchos quienes lo adquirieron in situ y le pidieron a Miguel Ángel que les dedicara el ejemplar.

Creo que nadie se arrepintió de elegirnos frente al Barça-Madrid y, visto el resultado del partido, puede que si alguien se ha arrepentido haya sido de haber elegido fútbol en lugar de cultura. Así que, por una vez, ni Messi ni Benzema, Humboldt 1 – Barça/Madrid 0.

«El poeta «piel roja»», por Manuel Rivas

El poeta piel roja, prólogo de Manuel Rivas

Sin caer en la rutinaria taxidermia de establecer generaciones literarias por el criterio cronológico, tan parecido e inevitable como el viejo sistema de “quinta” de reclutamiento militar, el crítico Philip Rahv estableció una contraposición mucho más interesante al distinguir dos tipos de escritores en el período fundacional de la literatura norteamericana. Por un lado, el “rostro pálido”. Por el otro, “el piel roja”.

Es un “nombramiento” que lo dice (casi) todo. Sobre la forma de escribir y, a la vez, sobre la forma de estar en el mundo. En el polémico ensayo de Rahv, publicado en 1939, se apuntan algunos trazos. El escritor “rostro pálido” buscaría un “refinado” distanciamiento de la realidad. En cuanto al “piel roja”, entregaría lo mejor de sí mismo “al dar expresión a la vitalidad y las aspiraciones de la gente”. Y Rahv no duda en señalar a Walt Whitman en la vanguardia “piel roja”, junto a Mark Twain o Melville. Al modo de la Internacional Situacionista, podríamos hablar de una “psicogeografía” de Whitman, un territorio literario, en el que la deriva “piel roja” se reactiva en el presente, abriendo nuevos pasos, ensanchando la mirada, socavando la línea de riesgo, empujándonos en el acantilado. Porque la clave, el código de barras, con perdón, de esta poesía indomable es aprender a volar. Remontar el vuelo. E ir más allá. Siempre, más allá. Un vuelo que no consume sino que produce un tiempo nuevo.

Un Nuevo Mundo, proclama Whitman. Y cada vez que lo dice el mundo y lo nuevo, esa conexión tan antigua, parecen fundar una visión.

Un Nuevo Mundo, claro.

A diferencia de otras visiones de modernidad efímera, la poesía de la naturaleza de Walt Whitman nos involucra. Es una naturaleza poética que no se deja amedrentar, que nos sorprende. Son tiempos de capitalismo impaciente, de codicia depredadora, donde también el lenguaje como animales y plantas, son víctimas de envenenamiento. Es comprensible caer en planteamientos apocalípticos. Solo los incautos pueden ser optimistas. Con una excepción. Los poemas de Walt Whitman. Son plantas, seres salvajes, que no necesitan de nuestro cuidado, de nuestra toma de conciencia. Al contrario. Son ellos, estos poemas, las fuentes de conciencia, la energía alternativa que nos permite ver lo que no está bien visto. Lo que está oculto o tapado. Y lo que molesta, desacomoda, ver.

Dice Whitman:
“…enfrentándome a la noche, a las tormentas, al hambre,
al ridículo, a los accidentes, a los desaires,
como hacen los árboles y los animales”.

Amén.

 

[Este texto son fragmentos del prólogo de Yo soy el Poema de la Tierra, de Walt Whitman]

Después de Whitman, moltes gràcies Barcelona

Whitman y Yo soy el Poema de la Tierra en Barcelona Altair

El pasado martes, víspera del 1º de mayo, fui a Barcelona donde Eduardo Moga y yo presentábamos Yo soy el Poema de la Tierra en la librería Altaïr.

Antes de hablaros de ese viaje, creo que es necesario aclarar que Yo soy el Poema de la Tierra es el tercer libro que hemos publicado en la colección Hojas en la hierba y se trata de una antología de los poemas de Walt Whitman en los que la naturaleza tiene una presencia especialmente relevante. De Whitman se suele hablar como un autor total y, desde luego, lo es, al menos, en las temáticas que aparecen en sus poemas. Hojas de hierba, la obra de toda su vida en la que nos inspiramos para bautizar la colección, es un canto a toda Norteamérica, desde los sucios callejones de la Nueva York de la época (segunda mitad del siglo XIX) hasta los vastos espacios naturales, enormes ríos y vegetación exuberante. Al cantar a la naturaleza de un continente “nuevo”, Whitman dio un salto hacia adelante en la percepción del hecho natural y fue el complemento poético a la línea de pensamiento que, principalmente a través de Emerson y Thoreau, fue configurando la sensibilidad ecologista que cristalizaría pocas décadas después en el nacimiento del ecologismo moderno.

Eduardo Moga, poeta, traductor y crítico literario, además de traductor de los poemas incluidos en el libro, ha realizado un extenso estudio introductorio que precede a los poemas y que supone, hasta donde nosotros sabemos, el primer estudio serio sobre la Naturaleza en Whitman que se ha hecho en castellano. Un motivo más para recomendaros este libro. Por si fuera poco, cuenta con un prólogo del gran Manuel Rivas («Walt Whitman, el poeta Piel Roja»)

Decía, pues, que el martes pasado viajé a Barcelona y, como suele ser costumbre en mí cuando me es posible, llegué con un amplio margen de tiempo para ir caminando desde la Estació de Sants hasta la Gran Via de les Corts Catalanes, una de las arterias de la ciudad donde tiene su sede Altaïr. En ese paseo, de unos cuarenta minutos, lo primero que me llamó la atención fue el escaso número de gorriones que vi. Vi dos hembras y escuché algunos más, pero muy muy pocos en comparación con el número de verdecillos que se oían por doquier, mirlos, palomas urbanas, gaviotas y cotorras, por ejemplo. Ya en mi anterior viaje a Barcelona pude constatar que el número de gorriones es muy escaso aunque, como pasa en muchas ciudades, la cosa va por barrios. Pero el caso es que el descenso del número de gorriones en las ciudades es un hecho (la primera ciudad en alzar la voz sobre este problema fue Londres, donde prácticamente han desaparecido) y tan es así que SEO/Birdlife el pasado 20 de marzo puso en marcha su campaña #AvesDeBarrio denunciando que en España hemos perdido 30 millones de gorriones en 10 años (el 21% de su población)

[En este punto el orgullo de padre me sale y os cuento que mi hija, que en ese momento aún no había cumplido los nueve años, preparó para ese día una campaña para su clase de Ciencias Naturales que incluía un vídeo que podéis ver aquí: ¿qué puede estar pasando?].

Bueno, que me voy. Vuelvo al martes. Al margen del drama de los gorriones, era una agradable mañana de primavera y llegué con bastante antelación a Altaïr. Es esta una maravillosa librería especializada en libros de viajes (la mayor de Europa en su especie), que cuenta también con una cafetería con un ambiente estupendo. Me senté en la cafetería para poner en claro mis notas para la presentación y tuve la oportunidad de charlar un rato con Pep Bernadas, fundador de Altaïr y una persona entrañable que ha infundido un espíritu a Altaïr según el cual el viaje es un concepto más antropológico que turístico.

Eduardo Moga, Whitman y yo en Altair Barcelona

Luego llegó Eduardo Moga, alto, guapo y al que las canas le sientan de maravilla. Comentamos brevemente cómo organizar la presentación y en unos minutos, cuando ya había llegado una buena cantidad de público, dio comienzo el acto con una breve bienvenida que nos dispensó Pep Bernadas. Para cerrar su saludo leyó el poema que figura en la contraportada del libro (y es que para encontrar la primera maravilla en este libro no es necesario ni siquiera abrirlo -por no hablar de la excelente portada de nuestra maquetadora, Silvia Comesaña), «Lleno de vida ahora, compacto, visible».

A continuación tomé yo la palabra e hice una introducción hablando de la colección Hojas en la hierba, de por qué, si es que fuera necesario justificarlo, aparecía un autor como Whitman en una colección sobre pioneros del ecologismo, de cómo se gestó este libro y, por último, una semblanza mínima de Eduardo Moga. A partir de ahí tomó la palabra Eduardo, aunque yo le interrumpía de vez en cuando, y realizó un estupendo análisis de la figura de Whitman dentro de la poesía en habla inglesa y de la importancia de su percepción de la naturaleza y como, sin ser un adelantado a su época en este tema, sí fue un catalizador, como decía antes, de la sensibilidad ecologista antes de que esta se denominara así. Aunque yo había hablado un buen número de veces con Eduardo y nos habíamos reunido anteriormente en Barcelona, no había tenido la oportunidad de escucharle en un acto público y he de decir que me encantó: la precisión de su lenguaje, la entonación, cómo sabe mantener a la audiencia interesada…

Completamos la presentación con la lectura de algunos de los poemas del libro (esa delicia que es el 31 de «Canto de mí mismo», o «¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!» y algún otro) y dimos por cerrado el acto. A tenor de lo que nos comentaron las personas asistentes, conseguimos que fuera un acto interesante, ameno y hermoso. No fueron pocos los asistentes que compraron el libro in situ y le pidieron a Eduardo que les firmara el ejemplar. ¿Qué más se puede pedir para un acto así?

Luego nos fuimos a cenar Eduardo y yo con otro amigo; descansar, madrugar y al tren de vuelta a Madrid. Moltes gràcies, Eduard; moltes gràcies, Pep; moltes gràcies Altaïr; y moltes gràcies Barcelona.

Walt Whitman, la voz de la Tierra

El 5 de marzo de 1842, Ralph Waldo Emerson (que ya ha aparecido en las páginas de Querido Waldo en esta colección), que aún no había cumplido cuarenta años pero ya era considerado el filósofo más relevante de Estados Unidos, pronunció una conferencia en Nueva York bajo el título de «Naturaleza y facultades del poeta». En ella afirmó lo siguiente:

«A nuestros ojos, América es un poema. Su amplia geografía deslumbra a la imaginación, y no pasará mucho tiempo hasta que sea cantada en verso. [Pero] aún no he encontrado, entre mis compatriotas, esa excelente combinación de dones que persigo».

Entre el público estaba un periodista de 22 años, Walt Whitman, quien tendría bien presentes las palabras de Emerson cuando iniciara su carrera literaria como poeta. Un mundo nuevo, como era aquella «joven» Norteamérica, requería una voz nueva, una mirada nueva y sería Whitman quien consiguiera cantar a todo un continente, desde lo más pequeño hasta lo más grande, en Hojas de hierba. Esa obra, la obra de toda una vida en realidad, supuso el mayor impulso renovador de la poesía en habla inglesa desde William Shakespeare y le aseguró un lugar destacado en las letras universales.

La descomunal naturaleza norteamericana tendría un lugar destacado en sus escritos. Por ello nuestra colección, Hojas en la hierba, rinde tributo a quien ayudó a bautizarla, el más grande poeta de Norteamérica, en el doscientos aniversario de su nacimiento con Yo soy el Poema de la Tierra. El tercer libro de nuestra colección es una antología de aquellos poemas de Whitman en los que la naturaleza tiene una presencia más destacada.

Yo soy el Poema de la Tierra tiene el privilegio de contar con un prólogo del escritor gallego Manuel Rivas («Walt Whitman, el poeta «piel roja»») y una extensa introducción del poeta, traductor y crítico literario Eduardo Moga («Cada hoja es un milagro: la naturaleza en Walt Whitman») quien, además, ha realizado la selección de los poemas traducidos por él mismo.

Os dejamos unos pocos fragmentos para abrir boca de la maravilla que os espera. En «Saliendo de Paumanok» el propio Whitman ya nos cuenta la intención de sus versos:

[...] Para la descendencia del futuro y la nuestra,
para aquellos que ya están aquí y los que aún han de venir,
yo, exultante por que me hallen dispuesto, pienso entonar los cánticos más
     potentes y soberbios jamás oídos sobre la tierra.

En «Canto de mí mismo» ya anuncia esa nueva mirada sobre el mundo natural:

[...] Creo que una hoja de hierba no es menor que el camino recorrido por las 
     estrellas,
y que la hormiga es asimismo perfecta, como un grano de arena o el huevo 
     del reyezuelo,
y que la rana arbórea es una obra maestra para los encumbrados,
y que la zarzamora podría engalanar los salones del cielo,
y que la articulación más insignificante de mi mano ridiculiza a todas las 
     máquinas,
y que la vaca que rumia, cabizbaja, supera a cualquier estatua,
y que un ratón es un milagro tan grande como para hacer dudar a sextillones 
     de infieles.
[...] Creo que podría vivir con los animales: son tan plácidos e independientes;
no me canso de mirarlos.
No se inquietan por su condición, ni se quejan de ella;
no se desvelan de noche y lloran por sus pecados;
no me exasperan con discusiones sobre sus deberes para con Dios;
ninguno está descontento; a ninguno lo perturba el desvarío de poseer
     cosas;
ninguno se postra ante nadie, ni ante los demás de su especie que vivieron
     hace milenios;
ninguno, en ningún lugar, es respetable o desgraciado.

Y en «¡Cuánto tiempo nos han engañado a los dos!» la identificación con la naturaleza ya es total:

[...] Somos la Naturaleza. Hemos estado ausentes mucho tiempo, pero hemos
     vuelto:
nos convertimos en plantas, troncos, follaje, raíces, corteza;
nos acomodamos en la tierra: somos rocas,
somos robles, crecemos, uno al lado del otro, en los claros del bosque,
pastamos, somos dos en el seno de las manadas salvajes, tan espontáneas
     como cualesquiera;
somos dos peces nadando juntos en el mar;
somos lo que las flores de la acacia: derramamos fragancias en los caminos
     por la mañana y por la tarde;
[...] somos nieve, lluvia, frío, oscuridad, somos todo lo que el globo produce, y
     todas sus influencias;
hemos descrito círculos y más círculos, hasta llegar a casa los dos, de nuevo;
lo hemos invalidado todo, excepto la libertad y nuestra alegría.

 

Yo soy el Poema de la Tierra
Yo soy el Poema de la Tierra

Querido Waldo, segundo título de Hojas en la Hierba

Querido Waldo

Con el otoño caen nuevas Hojas en la hierba. El segundo título de la colección nos trae la primera traducción al español de la correspondencia completa entre Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, amigos en los que arraigó el pensamiento trascendentalista norteamericano y que fueron precursores de una nueva forma de relacionarse con el medio natural.

En 1836, cuando Thoreau aún no contaba veinte años, Emerson, que se había instalado recientemente en Concord (Massachusetts) publicó Naturaleza, una de las obras capitales del pensamiento protoecologista. Por aquel entonces Thoreau estudiaba en Harvard, pero nunca fue uno más. Nos da una pista de ello el título que dio al discurso que pronunció en la ceremonia de graduación: El espíritu comercial de los tiempos modernos, considerando su influencia
en el carácter político, moral y literario de una nación. En él ya se entreven algunas de las preocupaciones que centraron su existencia: «Que los hombres sigan con autenticidad el camino que les indica su naturaleza y cultiven los sentimientos morales, viviendo vidas independientes y virtuosas; que hagan de las riquezas medios para la existencia, nunca fines, y no volveremos a escuchar una palabra sobre el espíritu comercial. El mar no va a detener su movimiento; la tierra seguirá siendo tan verde y el aire tan puro como siempre. Este curioso mundo que habitamos es más maravilloso que conveniente, más hermoso que útil; está más para ser admirado y disfrutado que para ser  utilizado. El orden social de las cosas debería invertirse en cierto modo» (traducción de Antonio Casado da Rocha en Thoreau. Biografía esencial).

Cuando regresó a Concord él y Emerson se encontraron y arrancó una amistad que duró hasta la muerte de Thoreau en 1862 y que se desarrolló en Concord. «Querido Waldo es una prueba del tiempo que uno y otro compartieron cuando no compartieron el lugar», escribe José Ignacio Foronda en el prólogo del libro. 47 cartas que nos muestran la escritura más íntima de estos dos grandes autores a los que hemos añadido el extenso «Elogio» que Emerson publicó en el Atlantic Monthly a la muerte de Thoreau y que supone un retrato cercano y directo que emociona y deleitará a quien quiera ver cómo veían a Thoreau sus contemporáneos y, sobre todo, el «Sabio de Concord», Ralph Waldo Emerson.

Por las páginas de esta correspondencia aparecerán Nathaniel Hawthorne y Margaret Fuller, Bronson Alcott y Thomas Carlyle, pero también vecinos de Concord como Hugh Whelan o George Minott. La vida más alta y la más cotidiana se dan la mano en unas cartas que podemos disfrutar en otra magnífica traducción del poeta Alberto Chessa.

Os dejamos como muestra del libro un botón:

«CARTA XVIII (de Thoreau, desde Nueva York, a Emerson)
8 de junio de 1843
No solo no me gusta más la ciudad conforme más la piso, sino que me gusta menos. Me avergüenzo de lo que contemplan mis ojos. Es mil veces más infame de lo que podría haber imaginado. Será algo odiado en el futuro, lo cual no deja de ser una ventaja para mí; incluso las mejores personas forman parte de ella, y de ella hablan con frialdad. Los cerdos que se ven por las calles son el segmento de población más respetable. ¿Cuándo aprenderá el mundo que un millón de hombres carece de importancia en comparación con un solo hombre? […]

La playa es lo mejor que he visto. Es un paraje remoto y solitario, en donde uno solo se acuerda de Nueva York muy de vez en cuando. Asimismo, las distancias a lo largo de la costa, y hasta donde alcanza la vista tierra adentro, son indescriptiblemente grandes y sorprendentes. El mar se antoja andar muy cerca de las colinas, pero requiere un largo trecho por el llano; sin embargo, te sientes  mojado por la espuma antes incluso de que se te pase por la cabeza que hayas llegado hasta allí. Lo lejos parece cerca y lo cerca lejos. Muchas veces, desde la playa paseo hasta el Atlántico y veo a hombres arrastrando sus botes en la arena ayudados por bueyes, caminando en medio de las olas, como si fueran a llegar a Sandy Hook».

 

Querido Waldo
Querido Waldo

Nace Hojas en la hierba

Hojas en la hierba es el nombre de una colección de libros sobre los orígenes del ecologismo fruto de una colaboración entre la Editorial Relee y la Fundación EQUO.

La colección albergará textos de autores y autoras que han sido relevantes para la historia del ecologismo moderno, o que han ayudado a configurar la sensibilidad ecologista, en ediciones muy cuidadas. Hemos decidido lanzar como primer libro de la colección Mi primer verano en la Sierra, del norteamericano de origen escocés, John Muir. Hasta este año 2018 solamente se había publicado una obra de Muir en español y, aunque somos conscientes de que se ha empezado a difundir buena parte de su obra, apostamos por hacerlo con un libro de calidad. La traducción correrá a cargo del poeta Alberto Chessa y la acompañaremos con las emblemáticas fotografías que Carleton Watkins realizó en el valle de Yosemite en 1861 y un prólogo del escritor y naturalista Joaquín Araújo. Por si no fuera suficiente, Juantxo López de Uralde, fundador de la Fundación EQUO y cuyo expediente ecologista está fuera de toda duda, junto con el director de la colección, completan la obra con una reflexión sobre el nacimiento del ecologismo y aportan muchas claves sobre este periodo trascendental en el nacimiento del activismo ambiental.

La presentación de la colección y del libro tendrán lugar el 21 de mayo, víspera del Día Internacional de la Biodiversidad, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales con un acto sobre la figura de John Muir que acompañaremos con una visita a la exposición del Museo sobre Biodiversidad con Joaquín Araújo como guía.

La Editorial Relee se define como «un grupo de escritores, profesores, lectores y expertos en edición que apostamos por la literatura de calidad creada en un entorno colaborativo. Queremos que, si te gusta leer, te unas a nosotros en un espacio de intercambio con los autores. Y, si tienes inquietudes literarias, te formes profesionalmente en el terreno de la escritura en nuestros talleres y publiques con nosotros». Al margen de esta actividad, que la coloca a la vanguardia de la creación colaborativa, y fruto de conversaciones con los responsables de la Fundación EQUO y en colaboración con ella, ha decidido apostar por lanzar esta colección en la que tendrán cabida textos importantes de pioneras y pioneros del ecologismo que no se hayan editado en español o que no se hayan tratado adecuadamente.

Pronto daremos más información sobre todo esto que os comentamos, pero queríamos aprovechar que hoy es el Día del Libro, para compartir esta apasionante aventura que ponemos en marcha.